Genética reproductiva
"Dilemas morales de la genética"
Desde 1978, la biología reproductiva ha ayudado a las parejas estériles
aplicando técnicas cada vez más complejas de generación y manipulación de
embriones humanos en laboratorio. Paralelamente, la biología molecular procuró
vencer las enfermedades descifrando la secuencia completa del genoma humano y
creando los medios para corregir los defectos genéticos y celulares. Si bien
los problemas médicos en que se centra cada una (la esterilidad y la
enfermedad) no guardan relación entre sí, de sus tecnologías combinadas nació
la genética reproductiva que nos permitirá diseñar nuestra especie.
Los futuros padres podrán dar a sus hijos genes que ellos no poseen aumentando
sus probabilidades de buena salud, longevidad, felicidad y éxito. Tal
perspectiva espanta a muchos bioéticos. Pero, ¿se trata simplemente de un
medio novedoso y más potente de repetir las aberrantes prácticas eugenésicas
del pasado? ¿O la eugenesia y la genética reproductiva difieren básicamente
en cuanto a control y finalidad?
La eugenesia encarna el deseo y las tentativas de los líderes de una sociedad
de controlar las prácticas reproductivas de sus ciudadanos, recurriendo incluso
a la esterilización forzosa o el asesinato de quienes, a su juicio, sean
portadores de genes indeseables. La genética reproductiva, en vez de apuntar al
objetivo vago, y para nada científico, de mejorar el patrimonio genético de
una sociedad, se plantea el interrogante de qué genes recibirá un niño en
particular. Más aún: pone su control en manos de los posibles progenitores.
Las prácticas eugenésicas llevaron a la restricción de la libertad
reproductiva y a cosas peores; la genética reproductiva puede hacer lo
contrario. Podría ayudarnos a tener hijos con mayores probabilidades de ser
sanos, sin causar daños directos a otras personas.
Digamos que es una extensión del deseo y la motivación fundamentales de los
padres: proteger a sus hijos y darles todas las ventajas posibles en la vida. En
las sociedades ricas, ya les proporcionan ventajas ambientales una vez nacidos;
con la genética reproductiva, podrían perseguir los mismos objetivos antes del
nacimiento.
Por supuesto, ninguna ventaja ambiental o genética garantiza hijos más sanos,
felices y exitosos. Pero la falta de garantías no impide que los padres gasten
140.000 dólares en mandar a sus hijos a la universidad privada de elite donde
yo enseño. Si las sociedades democráticas les permiten gastar dinero en
comprar un entorno ventajoso para sus hijos, ¿cómo pueden prohibir que les
compren ventajas genéticas? Si la genética reproductiva se utiliza para
aumentar las probabilidades de salud, felicidad y éxito, ¿qué puede tener de
malo?
Una vez resueltas las cuestiones de seguridad técnica, se plantea una objeción
fundamental: la genética reproductiva, por su misma naturaleza, no está al
alcance de todos. Las sociedades democráticas modernas, sin excepción, deben
equilibrar la autonomía individual y la justicia social. En Estados Unidos
prima la autonomía individual. En la mayoría de los otros países
occidentales, importa mucho más la solidaridad social.
La mayor parte de las naciones europeas procuran llevarla a cabo proveyendo
iguales oportunidades de educación y cuidado de la salud para todos los niños.
Pero decir que las mejoras genéticas son inmorales porque no todos los niños
pueden recibirlas es un argumento falso. Por empezar, la equivalencia biológica
no existe: cada niño nace con ventajas o desventajas, dentro de una amplia gama
de rasgos físicos y capacidades innatas. La vida es injusta.
Mejoras ilimitadas
Por lo tanto, en el futuro, el interrogante decisivo será: "¿Quién
decide la forma en que se distribuyen las ventajas genéticas?" ¿Quién
decide qué niño recibirá el gen de resistencia al HIV y cuál nacerá con
propensión a contraer el sida? ¿Quién decidirá qué niño estará más
protegido contra el cáncer y las cardiopatías? Tales decisiones, ¿deberían
quedar libradas al capricho de la naturaleza, como ahora? ¿Deberían depender
de la posicion económica de los padres? ¿O deberían ser controladas por un
Estado benévolo que distribuya estos genes entre todos los hijos recién
concebidos?
Lamentablemente, no será fácil proveer y regular la tecnología de
mejoramiento genético. A diferencia de la atención sanitaria, las mejoras genéticas
son casi ilimitadas. Siempre podemos acrecentar la resistencia a las
enfermedades, la longevidad, las capacidades físicas y las mentales. Además,
el deseo innato de proveer a nuestros hijos de todo lo necesario es tan fuerte
que, tal vez, la gente adinerada compraría tratamientos de genética
reproductiva en el extranjero si su propia sociedad los prohibiera o limitara.
Hoy día, los europeos viajan a Estados Unidos a comprar óvulos de mujeres jóvenes,
seleccionadas por sus presuntos rasgos genéticos.
Finalmente, las mejoras genéticas sobrehumanas también serán factibles y las
ventajas socioeconómicas de los países ricos podrían expandirse hasta
convertirse en una ventaja genética. La divisoria entre naciones ricas y pobres
podría ensancharse con cada generación, hasta que ya no exista una especie
humana común. El legado final del capitalismo global desenfrenado podría ser
una humanidad escindida.
La única alternativa a esta posibilidad desoladora hoy parece remota y, quizá,
nunca será viable: un único Estado mundial que provea a todos los niños de
las mismas mejoras genéticas e idénticas oportunidades de salud, felicidad y
éxito. Si esto suena a ficción política, en un mundo en que los niños todavía
se mueren de hambre, la genética reproductiva sonaba a ciencia ficción hace
apenas treinta años. Para bien o para mal, es mucho más difícil predecir el
curso de la evolución política.
No obstante, podemos visualizar un escenario alternativo al de una brecha cada
vez mayor entre ricos y pobres. Aunque ésta se abriese en un primer momento, es
probable que la genética reproductiva se abarate considerablemente con el
tiempo hasta quedar al alcance de la mayoría de la población en los países
desarrollados, como sucedió con las computadoras y las telecomunicaciones de
avanzada.
Lee M. Silver
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