Los genes de nuestro cuerpo no pueden ser de propiedad privada
Los resultados
de permitir que se patenten genes han sido desastrosos. Se paralizan
investigaciones científicas o se elevan dramáticamente sus costos, lo que
perjudica
a los pacientes.
Michael Crichton.
Escritor norteamericano.
Usted o alguien que
ame puede morir a causa de una patente de genes que jamás debería haber sido
concedida. ¿Suena descabellado? Desgraciadamente, es más que real.
El patentamiento de material genético se emplea ahora para detener
investigaciones, impedir estudios médicos y mantener información vital fuera de
su alcance o del de su médico. Las patentes de genes retardan el ritmo de los
avances en medicina relacionados con enfermedades en las que existe peligro
de muerte. Dichas patentes elevan los costos de forma exorbitante: un
estudio para el cáncer de mama que podría hacerse por $1.000 dólares, ahora
cuesta $3.000.
¿Por qué? Porque el dueño de la patente de genes puede cobrar lo que quiera y,
de hecho, lo hace. ¿Podría alguien hacer un estudio a menor costo? Seguro que
sí, pero el propietario de la patente impide cualquier estudio a cargo de un
competidor. Ese propietario es el dueño del gen. Nadie más puede hacer un
estudio para ese gen. En realidad, no puede ni siquiera donar su propio gen de
cáncer de mama a otro científico sin permiso. El gen puede existir en su cuerpo,
pero ahora es de propiedad privada.
Esta situación bizarra tiene lugar debido al error cometido por parte de un
organismo de gobierno de bajo presupuesto y poco personal. La Oficina de
patentes y marcas de Estados Unidos interpretó erróneamente fallos anteriores de
la Corte Suprema y, hace algunos años, comenzó a sorprender a todo el mundo,
incluidos los científicos que decodificaron el genoma humano, emitiendo
patentes sobre genes.
Los seres humanos comparten en su mayoría los mismos genes. Esos mismos genes se
encuentran también en otros animales. Nuestra estructura genética representa
el legado común de toda la vida en la tierra. No se puede patentar la nieve,
las águilas o la gravedad, y tampoco deberían poderse patentar los genes. Sin
embargo, ahora una quinta parte de los genes de su cuerpo son de propiedad
privada.
Los resultados han sido desastrosos. En circunstancias normales, se nos ocurre
que las patentes promueven la innovación, pero eso es así porque casi todas son
otorgadas a todo lo que inventan los seres humanos. Los genes no son inventos
humanos, sino características del mundo natural. Como consecuencia de esa
situación, dichas patentes se pueden emplear para impedir la innovación y
perjudicar la atención del paciente.
Por ejemplo, la enfermedad de Canavan es un trastorno hereditario que afecta a
niños a partir de los 3 meses de edad; el niño no puede gatear ni caminar, sufre
convulsiones y finalmente, termina con una parálisis y muere en la adolescencia.
Al principio no existía ningún estudio que informara a los padres si estaban en
situación de riesgo. Muchas familias que padecían la angustia de atender a esos
niños se contactaron con un investigador para identificar el gen y realizar un
estudio. Las familias con problemas de la enfermedad de Canavan en todo el mundo
donaron tejido y dinero para ayudar a esta causa.
Cuando en 1993 se identificó el gen, las familias consiguieron el compromiso
de un hospital en Nueva York para ofrecer el estudio gratis a cualquiera que
lo deseara. Sin embargo, el empleador del investigador, el Instituto de
investigación del hospital infantil de Miami, patentó el gen y prohibió que
cualquier proveedor de atención sanitaria ofreciera el estudio sin el pago de un
derecho de patente. Los padres no pensaron que los genes debían patentarse
y, por lo tanto, no pusieron sus nombres en la patente. Como consecuencia, no
tuvieron ningún control sobre los resultados de la misma.
Además, el dueño del gen puede en algunos casos ser también propietario de
las mutaciones de dicho gen y esas mutaciones pueden ser indicadores
relacionados con la enfermedad. Los países que no cuentan con patentamiento de
material genético ofrecen en realidad mejores estudios genéticos que los
estadounidenses, porque cuando muchos laboratorios pueden realizar estudios, son
más las mutaciones que se descubren, con lo cual es posible realizar estudios de
mayor calidad.
Los defensores del patentamiento de material genético argumentan que el tema es
como provocar una tempestad dentro de una tetera, que las licencias de patentes
están disponibles con facilidad y a un costo mínimo. Nada más alejado de la
verdad. El dueño del genoma relacionado con la hepatitis C cobra millones a
los investigadores que estudian esta enfermedad. No es de sorprenderse que
muchos otros investigadores se decidan por estudiar algo menos costoso.
Pero olvidemos los costos. ¿Por qué la gente o las empresas deberían en
primer lugar ser los dueños de una enfermedad? No la inventaron. Sin
embargo, hoy más de 20 patógenos humanos son de propiedad privada, incluidos la
influenza hemofílica y la hepatitis C. Ya hemos mencionado los estudios
realizados para los genes BRCA del cáncer de mama a un costo de $3.000 dólares.
Y otra cosa más, si se somete al estudio, la empresa dueña de la patente de ese
gen puede retener su tejido y hacer investigaciones con él sin su permiso. ¿No
le gustó? ¡Qué lástima!
La verdad lisa y llana es que las patentes de genes no son buenas y jamás lo
serán. Cuando el virus del SARS se diseminaba por todo el planeta, los
investigadores médicos dudaron en estudiarlo, debido a problemas de patentes. No
existe un indicador más claro de que las patentes de genes cierran el paso a la
innovación, inhiben la investigación y nos ponen a todos nosotros en riesgo.
Ni siquiera su médico puede obtener información relevante. Un medicamento para
el asma funciona sólo con algunos pacientes. Sin embargo, su fabricante ha
aplastado los esfuerzos de muchos otros que deseaban realizar estudios a fin
de determinar para quiénes sería beneficioso dicho medicamento y para quiénes
no. Las consideraciones mercantilistas interfieren con los grandes sueños.
Durante años nos han prometido la era de una medicina personalizada, una
medicina que se adapte a nuestra particular estructura corporal. Las patentes de
genes destruyen ese sueño.
Afortunadamente, dos parlamentarios norteamericanos desean que el beneficio
total del genoma decodificado esté a disposición de todos nosotros. Pocos días
atrás, Xavier Becerra, demócrata por California, y Dave Weldon, republicano por
Florida, dieron su respaldo a la ley relativa a la investigación y accesibilidad
genómica, para prohibir la práctica de patentamiento de los genes que se
encuentran en la naturaleza. El señor Becerra ha sido cuidadoso en remarcar que
la ley no impide la invención, sino que por el contrario la fomenta. Tiene
razón. Esta ley impulsará la innovación y nos devolverá nuestro legado genético
común. Merece nuestro apoyo.