Basándose en
los criterios establecidos por el Informe Belmont, Beauchamp
y Childress desarrollaron los cuatro principios de la bioética,
aplicables no sólo a los ensayos clínicos sino a todas las
intervenciones médicas que afectan a la salud de los pacientes.
Los cuatro principios son el de autonomía, el de beneficencia,
el de no maleficencia y el de justicia, principios que han
permitido el desarrollo espectacular de la bioética como
disciplina básica en el ejercicio de los profesionales
sanitarios. La bioética ha desplazado a la tradicional concepción
deontológica, circunscrita a los deberes contraídos en el
ejercicio de la profesión, deontología que muchas veces
adquirió un tinte corporativo y confesional. Las nuevas
orientaciones bioéticas han consolidado como criterio básico
el respeto a los derechos humanos de los pacientes: los
progresos en terapéutica no pueden conseguirse mediante métodos
que pongan en entredicho los derechos fundamentales de las
personas.
Para llegar a
esta nueva orientación, en la que prima el respeto a los
derechos individuales sobre los beneficios que pueda obtener la
colectividad, fue necesario que se asistiese al horror de la
Segunda Guerra Mundial, a la ignonimia de los campos de
exterminio, a los experimentos realizados con seres humanos a
los que se trataba como a cobayas, sin ningún respeto a su
dignidad ni a su vida. El horror causado por los abusos
inflingidos por el fascismo y el comunismo a los derechos del
hombre condujo a la Declaración Universal de los Derechos
Humanos, en 1948, texto fundamental que a su vez inspiró el Informe
Belmont, en 1978, y al Convenio para la protección de
los derechos humanos y la dignidad del ser humano con respecto a
las aplicaciones de la biología y la medicina, en 1997.
"El
paciente ha dejado de ser un menor de edad, tutelado por los
profesionales, para convertirse en un adulto que asume su
autonomía. Ha sido un paso de gigante en la historia de las
ciencias médicas."
La
bioética ha modificado la práctica profesional de médicos y
farmacéuticos. Se ha pasado del paternalismo propio de la
tradición hipocrática, de la "condescendencia con
autoridad" de Percival (Medical Ethics, 1803) al
criterio actual, que respeta la autonomía de los pacientes y su
derecho a tomar las decisiones que les afectan, previamente
informados. El paciente ha dejado de ser un menor de edad,
tutelado por los profesionales, para convertirse en un adulto
que asume su autonomía. Ha sido un paso de gigante en la
historia de las ciencias médicas. Hay detractores de ese
protagonismo ejercido por los pacientes, que algunos consideran
excesivo. Los detractores de la actual mentalidad bioética
afirman que la autonomía de los pacientes les hace tomar
decisiones erróneas, ya que no son capaces de procesar la
información requerida. Sostienen que los profesionales declinan
sus responsabilidades transfiriéndolas al paciente y limitándose
a informarles de cuestiones técnicas que éstos no pueden
comprender. Opinan asimismo que la protección de los pacientes
si es total y absoluta, impedirá la introducción de nuevos
medicamentos. Se recuerda que Jenner, Pasteur y Fleming
introdujeron la vacuna antivariólica, la vacuna antirrábica y
la penicilina sin verse obligados a superar la rigidez de los
actuales protocolos. Se insinúa que esos autores no hubieran
podido realizar sus aportaciones de haber asegurado a sus
pacientes el cumplimiento de los cuatro principios de la bioética.
A esa crítica no le falta su parte de razón, pero los métodos
de los tiempos heroicos no son extrapolables a la investigación
clínica en el presente, y la protección de los derechos de los
pacientes no es incompatible con el progreso en farmacología.
El respeto a los principios de la bioética no conduce, en modo
alguno, al suicidio terapéutico, sino que protege a los
pacientes de abusos que les causarían perjuicios irreparables.
La historia de la medicina está plagada de terapéuticas que
supusieron un grave atentado contra la salud y la dignidad de
los pacientes. En el Barroco, algunos médicos ensayaron la
transfusión sanguínea y la inyección intravenosa, novedades
que abandonaron tras producirse numerosas muertes. Ese es el
tipo de experimentación que la bioética hace imposible en la
actualidad. No frena el desarrollo de la investigación, sino
que la encuadra y autoriza en el momento adecuado, cuando el
perfil beneficio/riesgo es asumible, evitando que se ponga en
juego, inútilmente, la dignidad y la vida de las personas. |
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